“sois míos”
Habíamos decidido atravesar por la
casa abandonada al final del pueblo, queríamos llegar rápido a la avenida
principal, y comenzar a recorrer las casas pidiendo dulces, Luis iba disfrazado
de fantasma, Antonio de muerto viviente y yo de muerte, la verdad es que éramos
un trió bastante esperpéntico, el viejo caserío con sus ventanas desvencijadas
y sus cristales rotos, parecía bastante imponente, y los 100 metros de jardín y
maleza varia que teníamos que atravesar a plena luz de la luna parecían una
tarea fácil. Cuando aproximadamente ya llevábamos la mitad del camino, una nube
tapo la luna, y la oscuridad nos envolvió.
-¿qué es eso?-señalaba Luis una de las
ventanas, mirábamos todos pero no se veía nada
-¿Lo qué? –Luis tenía la cara
desencajada.
-He visto una luz en la ventana del
primer piso.-yo estaba totalmente asustado y apostaba algo a que a Antonio le
pasaba lo mismo.
-Pues yo no he visto nada, ¿y tu
Antonio?- al darme la vuelta descubrí que Antonio estaba llorando, detrás de él
había una gran sombra, algo sin definición, y se veía como si algo muy oscuro
estuviese saliéndole del pecho, Luis y yo estábamos totalmente acojonados
mirando aquel espectáculo monstruoso, los ojos de Antonio se le estaban
saliendo de las orbitas, y su rostro se estaba desfigurando por el dolor. Como
por arte de magia la sombra desapareció al tiempo que Antonio caía al suelo
como un fardo.
Antonio estaba inconsciente en el
suelo, pero aun respiraba, lo recogimos entre Luis y yo como pudimos, y
comenzamos el resto del camino hasta el enrejado de la avenida, cuando estábamos
intentando abrir la verja, note un enorme frio atravesándome la espalda, podía ver
frente a mí a Luis sujetando a Antonio, un dolor en el pecho comenzó a ser
enorme, quise pedirle ayuda a Luis, pero de mi garganta no salía nada, notaba
como mis energías desaparecían y como mis ojos se cerraban.
Cuando desperté estaba postrado en una
cama del hospital, rodeado de cables y maquinas, en la habitación había dos
camas más donde estaban Luis y Antonio.
Y allí estaba, en el fondo de la habitación,
apoyada en la pared, no podía verle los ojos, pero si notaba su mirada, y su
sonrisa maquiavélica, y en mi cabeza resonó una sola frase, “sois míos” y comencé a gritar.
César Gorín
1 de Noviembre del 2012
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