“DE AYER A HOY”
Estaba delante de la olla, echando
dentro los trozos de Jurel al agua, me volví y me vi sentado cincuenta años
antes junto al fuego, contemplando como
mi abuela hacia lo mismo que yo hoy, viéndola trocear el pescado después de descamarlo,
como echaba la sal y el laurel a la olla, en aquella agua que se calentaba en
la cocina Bilbaína, pelando pausadamente las patatas que cocería en esa misma
agua, sus manos arrugadas sosteniendo con firmeza el cuchillo, con aquella
falda negra y su viejo delantal a rayas, siempre con una sonrisa amable,
siempre con una caricia o un abrazo a tiempo, sus ojos cansados siempre
chispeaban al verme, y como lentamente iba echando los trozos de jurel dentro
de la olla, como degustando la acción.
En ese mismo lugar donde cincuenta
años antes estaba yo sentado, hoy estaba mi nieto, que no paraba en la silla
con su infernal maquinita entre sus manos, sin prestar más atención que a lo
que allí sucedía.
Puse los dos platos con comida en
la mesa, el niño miro la comida torció la cara con un mal gesto.- Jope abu,
pescado, ¡vaya mierda!.
Me quede mirándolo sorprendido,
mientras él volvía a enterrar sus ojos en aquella pantalla.
-
Apaga
la maquina y ponte a comer, ya verás cómo te gusta, un pescado riquísimo,
seguro que nunca lo comes, solo hamburguesas de esas que no sabes ni de que
animal es la carne, o pizzas que están hechas con harina de sabe que.
Mi
hija volvería a por el niño aquella tarde, y la verdad yo ya estaba
harto de tan malas contestaciones, tanta insolencia y mala educación, así que
estire la mano, le quite la máquina de entra las suyas, me la guarde en el
bolsillo, y con la mirada más fiera que pude ante su sorprendida mirada, le solté
con un tono bastante enfadado.
-
Come
y calla, y no te levantes de la mesa hasta que lo hayas acabado todo, después te
sales a la Hera y juegas un rato con la imaginación, cuando venga tu madre a
buscarte y te vayas te devolveré tu maquinita, mientras tanto nada de
protestas, ni malas palabras, por que te doy con el bastón.
Al niño le caían dos lagrimones por
sus pálidas mejillas, pero no abrió la boca, se puso a comer el pescado en
silencio mientras yo hacía lo mismo con el mío, y mi mente regresaba momentáneamente
a cuando me sentaba en esa misma mesa y comía con mi abuela, saboreando cada
trozo de jurel, y ella entre risas me contaba alguna historia “da santa compaña” de las que yo no me
perdía ni palabra.
César Gorín
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Prohibida la Reproducción total o parcial,
por cualquier medio, sin la autorización del autor.
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Nada será como ayer Cesar, que relato más bonito. Un beso.-Marina Feijoo.-
ResponderEliminarLos niños nuncan tendran esas sensaciones pues la vida de ahora no es como la de antes. Ni los abuelos son los mismos
ResponderEliminarEs muy bonita la historia. Besinos