martes, 23 de agosto de 2011

“EL DEVOTO DE KENSINGTON GARDENS”


EL DEVOTO DE KENSINGTON GARDENS


Recorría Kensington Gardens como cualquier otra mañana de primavera, cuando mis necesidades fisiológicas llamaron a la puerta, sabiendo cómo se las gastaban los Bobby a los que se salían del tiesto, preferí acercarme a unos servicios públicos que a cualquier arbusto más cercano, pero al entrar me sorprendió el verlo tan concurrido como un pub el sábado por la noche, sospechando lo que allí sucedía, me busque un habitáculo libre, y cuando pude abrir una puerta, allí arrodillado en el suelo y rezándole a un cuerpo de ébano un cincuentón me miro sorprendido, y se ofreció a que yo fuese su siguiente menú, amablemente rechace la oferta, y busque otro habitáculo pero esta vez libre.

Pasados unos días, mientras degustaba una pinta con Jenny, una voluptuosa rubia que había conocido la noche anterior, y que amablemente me había perfumado las sabanas con sus aromas, vi como entraba en el pub en el que estábamos, el caballero tan devoto de rezar en aquel baño público, acompañado por una mujer que parecía ser su esposa, al cabo de un buen rato, y un par de pintas más, me disculpe de Jenny unos minutos para ir al baño, después de esperar un par de minutos en la puerta, de allí salió el caballero aquel acompañado de otro de menos edad, que aun se estaba abrochando los vaqueros. Eso me recordó que el pub de Gloucester Road, del cual era últimamente bastante asiduo, había una pizarra con todas las marcas de cervezas que tenían, y al lado dibujados la cantidad de vasos, correspondientes al record de pintas consumidas de cada una de ellas en un solo día por una misma persona, yo llevaba tiempo detrás del de la guinnes, y cuando estaba a punto de batirlo siempre le añadían una más, correspondiente a un viejo irlandés que siempre estaba sentado en una esquina, y no me dejaba batirle, finalmente desistí del intento de batir tan codiciado record, y me imagine al caballero devoto, intentando batir algún record de rezos, para figurar en la pizarra imaginaria de los urinarios públicos, al finalizar la pinta que me estaba tomando con la dulce Jenny, nos fuimos a seguir perfumando las sabanas, para no volver a ver nunca más al devoto caballero, ni pisar nunca más los urinarios públicos de aquel lugar.

César Gorin

7 de Agosto del 2011

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